miércoles, 15 de abril de 2009


"ENS COMIENZAN A VIVIR EL VIA LUCIS"
¿QUE ES EL VIA LUCIS?
EL CAMINO DE LA LUZVIA LUCIS
Como natural culminación del Vía Crucis, ha surgido en los tiempos recientes la práctica del Vía Lucis: la meditación orante del misterio glorioso del Señor, que comprende desde la Resurrección a Pentecostés. Él nos enseña a caminar en el mundo como "hijos de la luz", reconociendo su presencia permanente entre nosotros y dando testimonio de la vida del Resucitado. Así como durante Cuarenta días la Iglesia nos hace vivir la Cuaresma preparándonos en la oración, el sacrificio y la limosna como preparación para la Semana Santa, así también durante Cuarenta días nos hace disfrutar del Triunfo de Jesús hasta la Ascensión, y más propiamente durante Cincuenta días nos hace vivir en la alegría hasta recibir el Espíritu Santo en Pentecostés. Conviene eliminar un cierto sentido trágico de la fe, en que se subraya sólo el dolor y el sufrimiento, pero olvidamos el gozo y la esperanza. Son muchos los cristianos que se quedan sólo observando la Cruz y olvidan que Jesús hoy vive como el Resucitado y el Resucitador de sus hermanos. Tal como el Vía Crucis, este “Camino de la Luz” puede ser vivido en cualquier tiempo del año, y se pueden utilizar flores, cirios, aclamaciones, danzas y cánticos gozosos. Nos parece necesario recuperar la fiesta en nuestra vida cristiana y este puede ser un excelente instrumento para hacerlo. En algún lugar del mundo encontramos este “Vía Lucis” que hemos adaptado a nuestra realidad.
Puedes conocer el detalle en www.iglesia.cl
P. Cristián Precht P. Miguel Ortega

domingo, 12 de abril de 2009

ENS VIVEN LA PASCUA DE RESURECCION




Autor: Mons. Francisco Javier Errázuriz Ossa
Fecha: 11/04/2009
País: Chile
Ciudad: Santiago
Cardenal Errázuriz:La resurrección de Cristo nos colma de vida.

Texto completo del Mensaje de Pascua de Resurrección 2009 del Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, Arzobispo de Santiago.
Con razón dice la secuencia que se canta antes de la proclamación del Evangelio de este Domingo de Resurrección que la vida y la muerte lucharon en singular batalla, y que muerto el que es la Vida, triunfante se levanta.Se levanta Jesucristo victorioso sobre el pecado y la muerte, colmado de vida y de paz; más que nunca, Buena Noticia, excelente noticia para todo el mundo. Su resurrección nos llena de alegría, de gratitud y de esperanza. Necesitábamos celebrar este acontecimiento de gozo, después de recorrer con él la noche dolorosa de su oración en el huerto de Getsemaní, de recordar el beso traidor de Judas y su prendimiento, como si fuera un salteador, con palos y espadas; después de revivir la noche tenebrosa de las denuncias falsas, de la negación de Pedro y de la condena del Sumo Sacerdote, como si hubiera blasfemado. Esperábamos su resurrección después de sufrir con la burla cruel de los soldados, las vociferaciones del pueblo ingrato que exigía su muerte, y la cobardía del encargado de hacer justicia, de Pilatos, que lo hizo azotar y crucificar, después de alegar su propia y falsa inocencia por la sangre del justo. Nos estremecen todavía los golpes y los clavos, y la tortura de la cruz. Sólo trajeron consuelo a nuestro espíritu la compañía fiel de su madre dolorosa, de Juan, el discípulo más cercano, y de algunas santas mujeres. Confirma nuestra fe el testimonio final del centurión: “Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios”.En el recuerdo gozoso de su Pascua, nos estremece la verdad de las palabras de Juan, al inicio de la Última Cena: “Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.” Nos amó primero, antes que nosotros lo amásemos, y hasta el extremo de dar su vida por cada uno de nosotros, sus amigos, en medio de desgarradores sufrimientos. Nos amó hasta le extremo de no desviarse en nada, como Buen Pastor y Cordero pascual, de su camino, del camino que él abría a nuestros pasos para formar con nosotros una humanidad justa y feliz, del camino de quien está resuelto a vencer el mal, haciendo el bien. Nos amó hasta el extremo de sellar una alianza definitiva entre Dios y nosotros, alianza de misericordia y de paz, y de llegar al Padre, como nuestro hermano mayor, recordándonos e intercediendo por nosotros en su presencia. Nos amó hasta el extremo de resucitar del sepulcro, dejándolo vació, y alentando así la certeza de que es mayor el poder de la vida que el poder de la muerte, el poder de la verdad que el de la mentira, el poder del amor que el poder del pecado. Así proclamó con convicción irrefutable que “el amor es más fuerte”, mucho más fuerte de lo que podemos imaginar. Nos convencen de ello los que aman de verdad, como Jesús.Nos conmueve el valor de nuestra vida y la inconmensurable fidelidad de Dios. Nos dio vida para compartir con nosotros su felicidad y su amor. Cuando los pasos de la humanidad se extraviaban, fiel a sus designios de bien, e impulsado por su gran amor al mundo, envió a su propio Hijo a perdonarnos, a amarnos hasta el extremo, a darnos vida en abundancia y a construir la comunión. Lo envió para que fuera nuestro Buen Pastor, el que nos llama por nuestro propio nombre y guía nuestros pasos hacia el bien y la verdad, hacia la solidaridad y la misericordia con los hermanos, hacia la amistad filial con Dios. Tan grande es el valor de cada ser humano.Nos sobrecoge el valor de cada vida humana, que es vida maravillosa, por la cual Jesucristo murió y resucitó, que es proyecto, don y amor de Dios a nuestro pueblo. Por eso le guardamos tanta gratitud a los padres que se desviven por sus hijos – con cariño recordamos, entre tantas otras, a las familias de Ema, de Felipe y de Diego -; y crece nuestra gratitud al recordar a tantas mamás que han sabido respetar, querer y apoyar la vida maravillosa que se gestaba en su seno, si bien le pediría renuncias; a veces, grandes renuncias. Si Jesús vino a este mundo para amar a cada vida hasta el extremo, ¿cómo abordar su existencia sin el mayor amor, sin mucha gratitud?El sí a la vida que es confirmado por la resurrección, siempre ha de ser un no a la muerte. Debemos tomar distancia de todos los signos de una contra-cultura de muerte que amenazan a nuestro país y a otras naciones. Pienso en esos disparos masivos contra escolares y contra adultos, en otras latitudes del planeta, y en las redes de pedofilia que se confabulan contra la vida de tantos niños. Y pensemos en las guerras, en la difusión de la drogadicción y en los programas que crean familiaridad con los peores asesinatos. Recordemos ese lamentable retroceso a tiempos oscuros de la historia que es darle legalidad nuevamente al homicidio, esta vez, al homicidio de los seres más pequeños, más inocentes, más débiles e indefensos: de los seres humanos a los cuales Jesucristo los ama hasta el extremo y que esperan el momento de ver la luz del día, como don de Dios que hará felices ya al nacer, y a veces recién más adelante, a sus padres y a su familia.Queridos hermanos, si Dios amó tanto el mundo, si a cada uno de nosotros nos amó tanto, como para enviar a su propio Hijo a darnos vida, como para morir y resucitar por nosotros, prolonguemos, en bien de todos, su amor fiel y su solidaridad. Que los más débiles, los que no tienen empleo y todos los más afligidos, por el sólo hecho de encontrarse con nosotros y de valorar nuestro trato hacia ellos, se digan en su corazón: Tanta generosidad, tanto respeto, tanto apoyo no se podría explicar si la vida de Cristo, su amor y su resurrección no hubieran dejado una huella muy profunda en nuestra cultura y en tantos chilenos: en aquellos que creen en él y en los que no han recibido aún el don de la fe. A su Madre María, que lo llevó en su seno y en su corazón, lo acompañó junto a la cruz, y agradeció a Dios, llena de gozo, por su resurrección, a ella le pido que los ayude a vivir con gratitud y alegría porque Cristo dio su vida por nosotros y resucitó, y a vivir con un corazón sensible y generoso ante la vida, tan valiosa, de todos los que necesitan nuestro apoyo, nuestra comprensión y nuestra solidaridad. A todos les deseo una celebración de la Pascua de Resurrección, colmada de la bendición de Dios.† Francisco Javier Errázuriz OssaCardenal Arzobispo de Santiago